viernes, 4 de marzo de 2011

La cocina me duele

Tengo una amiga, cocinera ella, que cuando está tristona, con ganas de poca cosa, con la congoja a flor de piel, se decide por cocinar más de lo habitual, por dedicarle más tiempo a la cocina y despejar la mente. Argumenta que es entonces cuando los platos mejor le salen, cuando logra los mejores resultados en sabores, texturas y aromas.

Será que la alegría de cocinar, de poner en práctica lo que ama, la eleva a otro plano, la aleja de las nubes y la hace brillar. Será que el cocinar para otro, ese acto desinteresado, casi altruista, compensa sus heridas, dispara sus sonrisas.

Conozco a otros cocineros, estudiosos de recetas, gramajes y procedimientos, admiradores del orden quirúrgico y el método científico, que duplican y multiplican platos a la perfección, que logran repetir las preparaciones sin variarlas en lo más mínimo, cual engranaje industrial.

Fríos y calculadores, estrategas de la cocina. Ideales para esos eventos aburridamente corporativos, para ejecutivos de corbatas ajustadas, para bodas acartonadas y reuniones de trabajo.

En cambio, en esos días de nubarrones, tardes de desamor, días de guardar, no logro que los fogones me acompañen, que las cremas se monten en su punto, que los azúcares se caramelicen, que los aromas atraigan, que los sabores se complementen con la textura.

Todo me falla. A todo le falta algo. Nada está como debería. Los sabores son opacos, los colores amargos y la texturas insípidas

Será que adivinan mi pesar, que la materia prima se solidariza conmigo y se niega a brillar. Tal vez los productos se compadecen de mi desventura, y quieran ser parte del momento.

Para  mi amiga es la solución, para mi… se agrega un motivo de tristeza más, el no poder plasmar más que desazón en las preparaciones.

Será que en eso días, la cocina me duele….. 

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