martes, 17 de abril de 2012

Los platos no llevan nombre


Los platos no llevan nombre.

Es como ponerle nombre a las relaciones, a las vidas, a los momentos, a los recuerdos.

Nadie recuerda un momento porque tiene un título o siquiera un sub titulo o explicación. La vida no pasa tan desapercibida como para que necesitemos un índice de momentos.

O por lo menos la mía.

Nadie recuerda un plato por su nombre de fantasía, sino por las sensaciones que nos produjo al primer bocado.

Nunca supe ponerle nombre a los platos, ni siquiera puedo definir acotadamente  qué es mi cocina, ni agruparla en algún conjunto. 

Lo mismo con el resto.

Me cuesta definirme más allá de lo obvio, de las características que no me gustan: odioso, poco paciente, intolerante, ansioso, tosco, bruto, torpe, poco sociable, desconfiado, severo… ogro.

La parte buena te la debo.

Por lo menos puedo enumerar todo lo que no me gusta y en algún momento prometo (mentira) tratar de cambiar o evolucionar, mejor dicho.

Por el momento sigo quejándome de lo resultados. De los platos desabridos e insípidos, así como del resto de mis fallas.

Y las relaciones sin nombre ahí quedan, o pasan.

Lo que me queda siempre de una historia es un aroma, un perfume.  Los perfumes me siguen, y de vez en cuando me traen algún recuerdo. 

Si no recuerdo tu perfume difícilmente la historia haya tenido algún sentido, o si lo tuvo fue enseñarme eso que no debo ser.

Si cambias de perfume quizás me pierda y no sepa por dónde ir.

No me importa cambiar las recetas, ni gramajes ni proporciones, mientras tenga sentido y sabor el resultado. Me cuesta estandarizar. Siempre tiendo a cambiar las cosas, mis platos no se repiten con fidelidad, cada uno tiene su propia personalidad. Tal vez no sea lo mejor para algunas cuestiones, pero me tienta modificarlos, y casi siempre los voy mejorando con lo aprendido del plato anterior.

Casi como con las relaciones.

Los platos no llevan nombre, pero hay un perfume con el tuyo....


 

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